by ESMERALDA HAVER
Cuando tenía 3 años mi padre falleció. A los 6 años emigramos a la frontera de Piedras Negras, Coahuila. Fue en esta ciudad donde mi mamá me puso en una casa hogar cristiana. En ese lugar, mis padres nuevos me trataron como hija amada y me hicieron sentir que yo pertenecía a una familia. Mi padre siempre decía que en el momento que una niña cruzaba el portón, se convertía en una hija hermosa.
Saber que soy amada, que soy Su hija y que mi Padre celestial siempre deseó una hija como yo, es algo que me da seguridad que puedo confiar que El me guiara y que voy a estar bien. Esa seguridad en Él me permite tomar los pasos que me pide, aun cuando no puedo ver el camino completo o el final.
Cuando yo tenía 17 años, al punto de graduarme de la preparatoria, necesitaba dirección. Tenía el potencial de empezar una relación de noviazgo con un chico, y continuar con mis estudios universitarios.
Una noche, después de un día largo de estudios y trabajo, llegué a casa. Me recueste en mi cama, pensando, “Solo necesito dejar descansar mis pies.” Un sueño profundo cayó sobre mí. Me encontraba en una congregación con bancas de madera, llena de adultos de pie. En la plataforma de enfrente solamente veía el pastor, y sentía un gran respeto por él. En la parte trasera del edificio sólo había una puerta de entrada, solo el marco, sin puerta. En el marco se asomaba un joven que parecía necesitado. Cuando ese joven y yo nos miramos a los ojos, me desperté.
Despertando me pregunté qué es lo que había visto. Fue entonces cuando escuché, repetidas tres veces: ‘Lleva mi Palabra a las naciones.’ Eso era todo lo que necesitaba escuchar. El próximo día, me corté toda relación con el chico. Comencé el proceso de inscribirme en una escuela Bíblica, y, cuando me gradué de la preparatoria, me mude a Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde estudié y después serví por 20 años.
Cuando Dios nos habla—ya sea a través de una visión, de una palabra dada por alguien o de las Escrituras—lo reconocemos como Señor y obedecemos.
En el lugar donde estudié y serví conocí a Joshua, con quien luego formé una familia, era una de las zonas más pobres de la ciudad con conflicto diario del narcotráfico. En medio de todo esto, vivimos en una comunidad donde cada día nos reunimos en alabanza, oración y adoración – y con el enfoque constante de evangelizar nuestros alrededores y la ciudad – y me rompió en el buen sentido de la palabra. Porque aprendí a dejar que la voz suave pero firme del Señor tenga más peso que todo el ruido externo.
No hay nada fuera de Dios – Él llena todo. Estamos aquí por una causa más grande que nosotros mismos. No importa el momento, cada situación es una oportunidad para ver el cielo. Somos vasijas de luz para Su gloria.
Durante los años, en seguida, recordaba la visión que cambió mi dirección, y ahora yo sabía que el pastor que veía era Josh. Cuando Josh me decía que tenía el sentir que íbamos a mudarnos y que iba a ser un pastor, yo conteste, “Yo se.” Veinte años antes, Dios me había dicho.
Mientras medito en la idea de liminalidad, y considero lo que yo he vivido – abandonada, adoptada, ministra en medio de violencia, cruzando culturas y transiciones tan distintas – pienso que ese lugar, o esa característica de vivir, no es tan complicada. Las cosas solo se complican cuando intento aferrarme al control en lugar de rendirme a Él.
Dios nos habla, Su Espíritu nos guía, rindamos nuestra voluntad y disfrutamos la aventura. Su gracia es suficiente. Hay paz en medio de Su voluntad. Aunque la tormenta puede gritar a nuestro alrededor, Su paz nos susurra más fuerte. Entonces decidimos estar siempre gozosos, dad gracias en todo, siempre viendo que vivo bajo Su autoridad. Jesús es el Rey de Reyes y el Señor de Señores.
Esme nació en Michoacán, México, pero creció en un hogar cristiano para niñas en México. Experimentar el amor incondicional de sus nuevos padres espirituales la impactó profundamente, y su hogar se convirtió en un lugar de constante oración, intercesión y ayuda a los necesitados. Esme se formó con esto y se ha convertido en su pasión. Ella está casada con Joshua Haver y son padres de tres maravillosos hijos. Su familia ha viajado mucho por México, enseñando y animando a líderes del cuerpo de Cristo. Actualmente viven en Kansas, donde Joshua dirige una maravillosa congregación.